El beso de la suculenta
El beso de la suculenta
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Resumen
Desde que Leonardo decidió poner fin a nuestra relación yo había llevado al apartamento que alguna vez compartimos a unos seis o siete tipos que me encontraba en discotecas, bares y aplicaciones de citas. Ocho meses de una soltería plagada de hombres, criaturas fugaces, concertados para una o dos noches que no se prolongaban más allá de una comida ligera y el sexo inaplazable para el cual venían y se preparaban. Pero ahora estaba sola, y con la sensación de que ningún otro hombre que conociera iba a colmar ese vacío insoportable que sentía por dentro, allí donde la respiración es solo un hilo continuo que va y viene y no se agota. Tanto era mi aislamiento del mundo exterior que había decidido adoptar una mascota para que aliviara de algún modo esta desazón. Un perro, un gato, un cuy, cualquier animal doméstico que me hiciera compañía y se quedara a dormir y no me abandonara al otro día. Pero luego pensé en la ocupación que me supondría criar un animalito de esos, y desistí de mi objetivo. Fue entonces que se me ocurrió la idea de comprar una planta, pues demandaba menos atenciones que una mascota, y a la mañana siguiente tenía a un costado de mi puerta un tiesto con rueditas del que salían, como brazos, unas flores gordas entre violetas y blancas.
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