REFLEXIONES SOBRE EL AMOR EN PSICOANÁLISIS: UNA LECTURA A LA ENSEÑANZA DE FREUD Y LACAN


DOI: https://doi.org/10.32997/2346-2884-vol.0-num.18-2018-2180

Judith Elena García Manjarrés, Dennys Martínez Franco

Resumen

La pregunta por el amor ha convocado desde siempre al ser humano, pues él se encuentra en el centro del vínculo social. El amor, aparece en la cultura, como aquello que de cierta manera da un sentido particular a la vida y como la promesa con la que algunos sujetos esperan encontrarse en un algún momento vital. Pese a ello, el amor, toda vez que trae consigo también el vínculo con el otro, no debe pensarse solo del lado de la felicidad, sino que él, también trae consigo una parte que se sitúa del lado de la imposibilidad subjetiva y de la queja humana. Esto pone de presente algo más: Una parte del amor opera desde el lado del inconsciente y en tanto tal, implica el padecimiento humano y la dificultad del encuentro con el otro y con la falta, constitutivos ambos de toda subjetividad.

Se trata en el presente artículo de discernir, desde la enseñanza que legarán Freud y Lacan, el asunto por el amor y con ello, el encuentro y desencuentro con el otro y lo que esto, implica para la subjetividad, lugar desde el que cada uno hace lazo social.

Palabras clave: Amor, Otro, Encuentro, Desencuentro, Psicoanálisis, Narcisismo

REFLECTIONS ABOUT LOVE IN PSYCHOANALYSIS: A READING TO FREUD AND LACAN TEACHING

Abstract

The question about Love has always attracted the human being, since the human being is in the center of the social connection. Love, comes up in the culture like something that gives sense to life and in that way, it’s like a promise that some subjects hope to find in a vital moment. Even tough, love also brings the connection from one to another, it shouldn’t only be considered as happiness but also the one that brings a part that is linked to the subjective impossibility and human grievance. This makes clear that love operates from an unconscious side since it involves the human lament and the difficulty of meeting the other, this last one, making it all subjective.

The present article tries to think, from the Freud and Lacan/s teachings, the subject about love and with it, the match and mismatch with the other and with all that this implies for the subjectivity, the place where everyone creates a social tie.

Keywords: Love, The Other, Match, Mismatch, Psychoanalysis, Narcissism

INTRODUCCIÓN

Hablar de amor en psicoanálisis, supone recorrer un camino que resulta central tanto en la práctica, como en la teoría psicoanalítica. El amor, fue incluso en los estudios freudianos, un pivote, que al lado del odio, constituyeron gran parte del interés de Freud por la psiquis humana. No en vano, el creador del psicoanálisis, dedica buena parte de su obra, a hablar del amor de transferencia, eje de la práctica psicoanalítica.

Sin embargo, más allá del amor de transferencia (Freud, 1915), el amor a sí mismo como lazo inaugural del sujeto, también fue algo de lo que se ocupó Freud en su obra, aunque no llegara a publicar sino fragmentos de sus teorizaciones. Empero, a partir de la correspondencia de Freud con Jung es posible pensar en las inquietudes que lo asaltaban acerca del amor. Si bien, no es posible afirmar que el psicoanálisis es o tiene una teoría propia del amor (Roudinesco, 2008), como la tiene por ejemplo del Complejo de Edipo, algo del amor como lazo y su destino, alcanza a decir a pesar de todo.

En Tres ensayos para una teoría sexual, Freud (1905) postula, “El encuentro con un objeto, es en realidad un reencuentro” (p. 203). Esta afirmación freudiana, que aparece en las primeras publicaciones psicoanalíticas, implica que el sujeto, desde muy temprano, está preso de una inmensa nostalgia, fuente de la intensa e incesante búsqueda de un objeto amado. Esto es, un amante, al que no se le atribuye poca importancia. En este mismo libro, afirma Freud (1905) que los vínculos amorosos que establece el infante, pasan por varios tiempos a saber: oral, sádico anal, latencia y genital, donde en principio, la madre constituye el primer y único objeto de amor para el niño; es ella quien lo soporta narcisísticamente y él está insondablemente ligado al deseo materno, es ella quien otorga los primeros cuidados y caricias al recién nacido y, es ella quien hace de su pecho fuente de alimento, por lo que la madre, adviene como el primer objeto pulsional del bebé.

Freud (1905) nombra como latencia el momento en que la pulsión se encontrará dividida entre una parte sexual activa, pero silenciosa bajo la barra de la represión y, otra parte tierna que permanece consciente en el niño, hasta que, en caso que todo vaya relativamente bien, en la pubertad, un objeto reemplace a aquel que fue primero, a saber la madre, intentando el sujeto, de acuerdo a sus posibilidades, que ambas partes advengan en una sola (Freud, 1905). El nuevo objeto encontrado, debe ser parecido al objeto antiguo perdido. Lo que queda del vínculo sexual con el primer objeto, afirma Freud (1905) prepara de alguna forma, el vínculo sexual con el objeto hallado. Sin embargo, esto, no ocurre sin traspiés, toda vez que el objeto hallado, está en relación a aquel originariamente perdido y, como su sustituto, puede eventualmente, dar origen a la angustia en el sujeto. Esto, si llegase a asomarse en el sujeto, eventualmente, la culpa incestuosa. Es decir, si algo del objeto hallado remite al sujeto al incesto, como prohibición primaria ligada a lo fundante de la subjetividad, dicho de otro modo, a la castración.

El amor en psicoanálisis

En la obra freudiana, el amor, no tiene solo que ver con la pulsión, sino que incluso puede ser situado más allá de ella. Al amor, entendido desde el psicoanálisis, está ligado el yo del sujeto que se coloca como objeto de amor, a través de una idealización del propio yo enlazado al narcisismo del uno y cada uno de los sujetos. En Introducción al narcisismo (1914) señala Freud:

[…] Aquí, como siempre ocurre en el ámbito de la libido, el hombre se ha mostrado incapaz de renunciar a la satisfacción de que gozó una vez. No quiere privarse de la perfección narcisista de su infancia, y si no pudo mantenerla por estorbárselo las admoniciones que recibió en la época de su desarrollo y por el despertar de su juicio propio, procura recobrarla en la nueva forma del ideal del yo. Lo que él proyecta frente a sí como su ideal es el sustituto del narcisismo perdido de su infancia, en la que él fue su propio ideal. (Freud, 1914, p. 91).

La anterior cita sugiere que amar implica, desde la teoría freudiana, poner en el otro los atributos que corresponden al yo ideal del sujeto y así, amarlo justamente por eso. Es decir, aquel al que se le han colocado esos atributos del yo ideal será entonces el objeto amado que tiene poder sobre el sujeto que ama, quedando expuesto este último al vínculo establecido con su objeto amado. Al respecto postula Freud en El malestar en la cultura (1929):

Nada más natural que obstinarnos en buscar la dicha por el mismo camino siguiendo el cual una vez la hallamos. El lado débil de esta técnica de vida es manifiesto; si no fuera por él, a ningún ser humano se le habría ocurrido cambiar por otro este camino hacia la dicha. Nunca estamos menos protegidos contra las cuitas que cuando amamos; nunca más desdichados y desvalidos que cuando hemos perdido al objeto amado o a su amor. Pero la técnica de vida fundada en el valor de felicidad del amor no se agota con esto: queda aún mucho por decir. (p. 82).

Es decir, para Freud, nunca un sujeto está más en riesgo que cuando ama, pues allí, queda a merced de la voluntad y del goce del Otro, cosa que no ocurre sin dejar al sujeto frente a la angustia de la posibilidad de perderlo y/o de perderse en él, quedando entonces en el estatuto de puro objeto para aquel que ama.

La lectura de los textos freudianos, permite inferir que el creador del psicoanálisis, dio cada vez más relevancia al asunto del amor. Desde 1905, con los Tres ensayos para una teoría sexual, dividió el asunto amoroso, colocando de un lado las pulsiones sexuales parciales que tienen objetos intercambiables y, de otro lado, el amor del objeto sobrevalorado, es decir, del objeto amado, además determinado por las experiencias de los primeros tiempos infantiles que remiten a aquello que el sujeto cree haber perdido y posteriormente cree volver a encontrar.

Más adelante, entre 1910 y 1912, en Contribuciones a la psicología del amor I y II y, específicamente en 1914 con Introducción al narcisismo, afirmará Freud que es a partir del narcisismo y de las pulsiones sexuales del sujeto, que el Yo, aparece también como objeto libidinal para el sujeto. Es decir, para que un sujeto pueda amar, es condición esencial que se instale previamente el narcisismo para que el Yo pueda ejercer como agente intermediario entre el sujeto y aquel elegido por él como objeto amoroso.

En 1920 en el texto Más allá del principio del placer, explica Freud, que el Eros, agrupa tanto al amor, como a la pulsión sexual y, que él, encuentra su soporte en el narcisismo, entendiendo a Eros, como aquella energía que está relacionada con lo que se agrupa como amor y como vida y hace referencia a un proceso que unifica y que se opone a la disolución y/o fragmentación que es propia de la pulsión de muerte o el Tánatos, asumida esta última como la energía destructiva, “la pulsión originaria de destrucción” (Laplanche, 2004). Eros, en tanto persigue unificar, cobra un papel central en la vida de cualquier sujeto y esta pulsión, hará referencia incluso a las formas de vínculo social que se establezcan entre parternaires y/o compañeros. Así, toda vez que una relación aparezca del lado del Eros, el sujeto intentará hacer perdurar el vínculo con el objeto de su afecto, bien sea de pareja, de amistad, de amor fraternal, entre otras manifestaciones, pero siempre atravesada por el amor.

Enseñan los textos freudianos, que la forma como un sujeto establece los vínculos amorosos, está en directa relación con las experiencias infantiles, por lo que muchas de las dificultades que se tengan en dichos lazos, estarán entonces en línea directa con la introversión de la libido en un sujeto y, la manera como para él se han fijado las imagos parentales y/o las imagos de aquel o aquellos que hayan sido introyectados para el sujeto como Otro1, creando así él, formas fantasmáticas2 de responder a la relación y al objeto amoroso que se repiten continuamente.

1 El Otro en psicoanálisis, hace referencia al orden simbólico, que a su vez es uno de los tres registros fundamentales que propone Lacan para pensar al sujeto desde la cuestión estructural. “El otro es entonces otro sujeto, en su alteridad radical y su singularidad inasimilable, y también el orden simbólico que media la relación con ese otro sujeto” (Evans,. 2007, p. 143).

2 Lo fantásmatico, hace referencia al término psicoanalítico de fantasma y éste, a su vez, está en relación a “la concepción lacaniana de estructura clínica” (Evans, 2007, p. 91) y “es concebido como un modo relativamente estable de defenderse de la castración, de la falta en el Otro” (Evans, 2007, p. 91).

En 1921 en Psicología de las masas y análisis del yo, Freud explica que en el estado de enamoramiento, el enamorado, cree de manera casi que ciega y se somete al otro de la pareja, porque se fascina con él y esto lo lleva incluso a borrarse como sujeto y sacrificar su propio deseo. Así, llega a afirmar Freud (1921):

En el marco de este enamoramiento, nos ha llamado la atención desde el comienzo el fenómeno de la sobrestimación sexual: el hecho de que el objeto amado goza de cierta exención de la crítica, sus cualidades son mucho más estimadas que en las personas a quienes no se ama o que en ese mismo objeto en la época en que no era amado. (p. 106).

Es ese objeto que fascina el que queda registrado para el sujeto, a modo de ideal y por ello, toda la libido que investía antes al Yo, ha quedado entonces desplazada, invistiendo ahora al objeto amoroso. De ello, afirma Freud (1921):

Y aun en muchas formas de la elección amorosa salta a la vista que el objeto sirve para sustituir un ideal del yo propio, no alcanzado. Se ama en virtud de perfecciones a que se ha aspirado para el yo propio y que ahora a uno le gustaría procurarse, para satisfacer su narcisismo, por este rodeo. (p. 106).

Lo anterior, enseña que el amor hacia el otro aparece en principio como una ilusión y, en tanto tal, falsea el juicio del sujeto dejando asomar la idealización del objeto amado y también ofreciendo el sujeto, bajo el manto del amor, el sacrifico de su propio deseo. Dice Freud (1921):

…el yo resigna cada vez más todo reclamo, se vuelve más modesto, a la par que el objeto se hace más grandioso y valioso; al final llega a poseer todo el amor de sí mismo del yo, y la consecuencia natural es el autosacrificio de este. El objeto, por así decir, ha devorado al yo. Rasgos de humillación, restricción del narcisismo, perjuicio de sí, están presentes en todos los casos de enamoramiento; en los extremos, no hacen más que intensificarse y, por el relegamiento de las pretensiones sensuales, ejercen una dominación exclusiva. (p. 106-107).

El amor ligado al deseo

Con respecto al deseo, que a veces, suele aparecer de la mano con el amor, el psicoanálisis va a anotar que el primero no se trata de una expresión consciente que un sujeto pueda orientar directamente hacia una meta, sino que por el contrario, se trata siempre para el sujeto, de un deseo inconsciente que se manifiesta solo de manera velada, disfrazado y, que por ser inconsciente, es persistente e intenso (Freud, 1922). Si el sujeto no sabe ciertamente lo que desea, de manera engañosa, perseguirá lo que cree desear y esto, apunta Freud (1905), está en directa relación con experiencias de satisfacciones infantiles que dejaron huellas psíquicas y que tratan de complacerse una y otra vez. Es por ello, que Freud (1905) apunta “El hallazgo {encuentro} de objeto, es propiamente un reencuentro” (p. 203).

Para que este objeto sea deseado, es condición, señala Freud (1905) haberlo perdido anteriormente, lo que implica por parte del niño haber perdido a la madre, entendida esta como objeto imaginario inicial. Solo así, este objeto, irremediablemente perdido, puede ser deseado y el sujeto ponerse en la imperiosa tarea de buscarlo. Esto, que señala Freud (1905) precisa que amor y deseo guardan una estrecha relación, donde si bien no es condición sine qua non que el amor sea una construcción que se dirija propiamente por el deseo, la más de las veces, si aparece el primero como subordinado de los efectos del segundo, aunque no busque lo mismo, pues como enseña Freud (1920), lo que esté tramitado por el amor, se dirigirá siempre a la unificación y a la creación y lo que esté regulado por el deseo, pasará también por el plano de la satisfacción.

Si bien, el amor empieza por ser una elección narcisista que inicialmente toma por objeto al Yo propio antes de dirigirse a los otros objetos, Freud (1905) postuló que hay dos tipos de elección de objeto, una es la forma narcisista que implica el amor a lo mismo, al Yo propio de un sujeto, donde el amor queda capturado en el plano imaginario de lo que se es, se fue o se debió ser y, una segunda, que implica el amor a lo otro y está regulada por el modelo del objeto que soportó narcisísticamente, que cuidó y protegió al sujeto en los primeros tiempos infantiles. En esta segunda forma, el amor aparece entre una elección narcisista imaginaria y el objeto reconocido en su alteridad, que al ser otro, ajeno, empuja al sujeto a la búsqueda de aquello que se quiere tener. Dice Freud (1914):

Hemos descubierto que ciertas personas, señaladamente aquellas cuyo desarrollo libidinal experimentó una perturbación (como es el caso de los perversos y los homosexuales), no eligen su posterior objeto de amor según el modelo de la madre, sino según el de su persona propia. Manifiestamente se buscan a sí mismos como objeto de amor, exhiben el tipo de elección de objeto que ha de llamarse narcisista. En esta observación ha de verse el motivo más fuerte que nos llevó a adoptar la hipótesis del narcisismo. (p. 85)

Jacques Lacan psicoanalista francés (1901-1981), retoma las teorizaciones freudianas y formula nuevas ideas y enseñanzas para el psicoanálisis aportando construcciones teóricas para pensar el amor en relación con el concepto de falta3. Desde la enseñanza lacaniana, se entiende que el amor es la carga libidinal depositada en un objeto, a partir de la sensación de un sujeto de que algo falta y el objeto puede ilusoriamente, venir a complementarlo.

Sobre el ideal de completud, está fundado el asunto que aún permanece en la contemporaneidad y que se expresa en los decires cotidianos de las personas, cuando lanzan frases alusivas al otro, como que él/ella, es la media naranja4, es común escuchar a sujetos decir él/ella me complementan, era todo lo que estaba buscando5, etc., o como afirmó el poeta “Todo lo llenas tú, todo lo llenas” (Neruda, 2004, p. 5).

3 Para Lacan, la falta, está siempre relacionada al deseo del sujeto y es “el núcleo de la experiencia analítica” (Evans, 2007, p. 89) y “El campo mismo en el cual se despliega la pasión del neurótico” (Evans, 2007, p. 89) y justamente la falta es lo constitutivo del sujeto

4 Las cursivas son de la autora.

5 Las cursivas son de la autora.

AEl asunto de la completud, aparece, tal como afirmara Freud (1905), como algo engañoso, puesto que el otro, es ubicado por el sujeto como un objeto que intenta colmar la falta y porque puede, aparentemente, saciarla, se le desea, pero además, se desea también, del lado del sujeto que ese objeto le ame. Dicho de otra manera, el sujeto desea ser amado por el objeto que ama.

En consonancia con lo que propusiera Freud en su teoría y Lacan con su enseñanza (1957, 1961, 1973) implica, que el sujeto que ama, se propone para el objeto amado también como aquel que puede llenarlo, saciar la falta del otro, ubicándose a su vez como objeto de deseo de aquel. Es decir, si ese objeto que ama es imaginariamente, para el sujeto, lo que llena su falta, a su vez, también el sujeto inicial, imaginariamente, llena la falta de aquel que toma como su objeto amoroso. Uno y otro se complementan, en el plano imaginario6.

6 Lo imaginario en la enseñanza lacaniana, hace referencia a lo ilusorio, lo engañoso que tiene “efectos poderosos en lo real y no se trata de algo que pueda ser sencillamente descartado o superado” (Evans, 2007, p. 109). Lo imaginario es uno de los tres registros constitutivos del sujeto, a saber, real, imaginario y simbólico y a su vez, él ejerce “un poder cautivante sobre el sujeto, un poder fundado en el efecto casi hipnótico de la imagen especular” (Evans, 2007, p. 109). Para el psicoanálisis, lo imaginario es lo que funda el yo, lo que el sujeto cree ser y saber de si.

En el Seminario 5, Lacan (1958), va a postular que “amar es siempre dar lo que no se tiene” (p. 216) aserto que reformulará en el Seminario 12, diciendo “El amor es dar lo que no se tiene, a alguien que no quiere eso” (Lacan, 1965, p. 50). Lo anterior, rompe con la idea romántica e ilusoria de completud, pues indica Lacan (1965), que no es posible para ningún sujeto, completar a otro, en tanto el objeto de amor solo hace semblante y en tanto no hay unidad posible entre uno y otro. Esto, en parte llevará al psicoanalista francés a decir más tarde su mundialmente conocida consigna “no hay relación sexual” (Lacan, 1974, p. 31), ya que en el llamado acto de amor carnal, cada sujeto no puede gozar más que del propio cuerpo, y esto indica necesariamente la presencia de un desencuentro entre los sexos.

Es decir en lo referente a la relación sexual, la única posibilidad de cada sujeto es la de ubicarse desde su propio lugar y su propio cuerpo, se pone de plano entonces que algo del amor falla, tal como expuso el nobel colombiano de literatura: “El sexo es el consuelo que uno tiene cuando no le alcanza el amor” (García Márquez, 2004, p. 70-71). Es decir, en tanto algo del amor opera del lado del fracaso, lo que queda para el sujeto entonces es el goce del cuerpo, como una manera de resolver, suplementariamente una falla estructural, a saber la del amor. Esa falla a la que Lacan se refiere como ligada al inconsciente, llegando a postular que “lo que nos revela nuestra práctica es que el saber inconsciente, tiene una relación con el amor” (Lacan, 1977). Esta afirmación de Lacan (1977), pone de presente ese plano de que si algo del amor falla, es porque este también se encuentra ligado a la falla inaugural del sujeto, es decir al inconsciente.

La falla inaugural del sujeto está a su vez relacionada con el encuentro de este con el Otro inicial, manera en la que se da para el humano el ingreso al mundo. Es a partir del encuentro con el Otro que el futuro sujeto por venir hace su entrada en el mundo no solo a nivel libidinal, sino también por efecto de la operación de la castración entra en la dinámica que la Ley impone, donde no todo es posible y a pesar de ello, permanecer en la cultura implica el establecimiento del lazo social, allí “donde el sujeto empieza a asumir su lugar, a su vez con un cuerpo que porta con sexualidad y que implica estar en lo social, hacer vínculo con el otro” (García, 2016, p. 193).

Reflexiones finales

En el Seminario 11, Jacques Lacan (1964) postula que el amor, es del orden de lo imaginario y lo narcisista, en tanto es al Yo propio al que se ama en el amor y, por esta razón, tal cosa se corresponde a una ilusión, a aquello que es falseable y engañoso, afirmando que: “En tanto que espejismo especular, el amor tiene esencia de engaño” (Lacan, 1964, p. 276).

Sin embargo, justamente por su condición de engañoso y de estar directamente relacionado a la falta y al intento de “dar lo que no se tiene” (Lacan, 1958, p. 216), el amor, va a decir el psicoanalista argentino Osvaldo M. Couso, “es una promesa que sabe de su falla, porque logra evocar la carencia que lo determina” (Couso, 2005, p. 158).

Es claro entonces que para que surja el amor es necesario que lo anteceda lo engañoso, entendido esto como lo ilusorio que opera del lado de lo imaginario y también del lado en el que el sujeto coloca el deseo, este último, como aquel que solo es posible bordear, pues siempre será metonímico, remitirá a otra cosa y cada vez a otra (Lacan, 1959). Se trata de un deseo por alcanzar, bajo una promesa, que se sabe inconscientemente fallida, un objeto amoroso que reemplace el inicial. Es decir, es solo a través de que algo falta y que pone en juego el deseo es que el amor es posible para un sujeto. Un objeto que falta y otro que le llama, le hace señuelo, semblante, el primer objeto empuja al sujeto a la búsqueda y el encontrado le promete, se le desea, le permite, como afirma Lacan, tener una “aprehensión experimentada de la inexistencia” (Lacan, 1973, p. 175) a saber, de la relación sexual.

El tema del amor, ese que se repite en cada poema, en cada canción, del que todo el tiempo habla el ser parlante llegando a decir incesantemente de su sufrimiento por amor, ese que no cesa de no escribirse y que aunque es sublime excede los límites de la ciencia, del arte, que va de la mano con la sexualidad como se entiende esta en psicoanálisis, el amor que fascina con el cuerpo del otro, que pone en juego el deseo del sujeto, que permite la convivencia entre uno y otro y, que no todo opere bajo la pulsión de muerte, fue bordeado por Freud y Lacan, así como por psicoanalistas que le siguieron; sin embargo, las palabras no alcanzan para atraparlo, no todo está dicho en el amor, mucho menos en lo humano y en la forma como se establecen los vínculos con el otro. El psicoanálisis, hace un intento por bordear entonces lo concerniente al vínculo amoroso, reconociendo que tampoco él todo lo puede, pues el amor, como el inconsciente, si bien atraviesan al sujeto y las maneras en que este aparece en la cultura y establece el lazo social, también tanto amor como inconsciente, están atravesados ellos mismos por la falta, esa que para el psicoanálisis constituye indefectiblemente la estructura y la subjetividad, por lo tanto opera a su vez en el lazo social.

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