Representaciones heterodoxas y fronteras culturales: la mujer negra en Croquis y siluetas militares de Eduardo Gutiérrez ¹

Heterodox Representations and Cultural Frontiers: the Black Woman in Croquis y siluetas militares by Eduardo Gutiérrez



Andrea Bocco ²
Universidad Nacional de Córdoba, Argentina
ORCID: 0000-0002-8349-5293



Recibido: 15 de marzo de 2023
Aprobado: 15 de mayo de 2023


Resumen

El trabajo aborda un corpus considerado como literatura de frontera. Reflexiona sobre cómo un enunciador masculino, blanco, letrado, citadino construye personajes negros en Argentina a finales del siglo XIX, particularmente una mujer. Separte de la hipótesis de que este género configura representaciones sociales heterodoxas quecorroen el discurso homogeneizador de la nación. Los sujetos fronterizos traducen a la ambivalencia y la multiplicidad lo que el Estado busca configurar como matrizúnica cultural. Particularmente se analizan qué operaciones heterodoxas se ponen en juego en representaciones femeninas negras en la frontera.

Palabras clave: frontera; heterodoxia; representación; literatura argentina; mujer negra

Abstract

This essay deals with literary texts considered as frontier literature. It offers a reflection on how an urban, well-educated white male narrator creates Blacks characters at the end of 19th century Argentina, with a specific focus on women’s literary characterizations. I contend that frontier literature advances heterodox social representations that undermine the nation’s discourse of racial/ethnic homogeneity. The ambivalence and diversity of what I call border subjects are what the State seeks to tame and reshape as a single cultural matrix for the benefit of the imagined community. Consequently, I analyze the heterodox operations at play in Black female representations in the frontier literature.

Keywords: frontier; heterodoxy; representation; Argentine literature; Black woman




Introducción

  En este artículo nos proponemos abordar un corpus que puede considerarse dentro de la literatura de frontera, para detenernos en los modos en que se representa a la mujer negra en la literatura de finales del siglo XIX en Argentina. Para ello, nos centraremos en el libro de Eduardo Gutiérrez, Croquis y siluetas militares de 1886. Se trata de un volumen afro conformado por narraciones breves que recopila escritos aparecidos en La Crónica, El Orden y Sud-América, periódicos porteños publicados entre 1884 y 1886. En su primera aparición, estos textos van a publicarse en columnas intituladas “Croquis militares” o “Siluetas militares”; finalmente, serán compilados en libro en el año 1886 por Igón Hermanos Editores y llevarán por denominación la combinación de los originales de las secciones bajo los cuales se editaban en la prensa: Croquis y siluetas militares. Escenas contemporáneas de nuestros campamentos (Sosa, 22-23).
  Cuando hablamos de adscribir este libro al género de literatura de frontera nos referimos a aquellas producciones que relatan historias de la vida en la frontera (sur o norte, “internas” o “externas”), en tono testimonial, con un enunciador masculino blanco, cuya profesión (militar, científico, por ejemplo) o destino (ex cautivo, viajero) lo empujó a esa experiencia de la alteridad, y en las que se construye una noción misma de frontera. Además, se trata de un discurso literario atravesado por otros discursos: relato de viaje, autobiografía, testimonio, relato antropológico, discurso naturalista. Podemos señalar su emergencia en la década de 1860, con desarrollo (en tanto género) hasta la década de 1920 (Bocco, “Literatura de Frontera” 17-38).
  En su exhaustiva investigación, Claudia Torre denomina “narrativa expedicionaria” a aquella literatura producida entre 1870 y 1900, que ofrece relatos vinculados al acontecimiento histórico denominado “Conquista del Desierto”. Está compuesta por textos militares, científicos, políticos y periodísticos que pretenden dar cuenta de una experiencia y que se caracterizan por una transversalidad: de diversidad de sujetos, instituciones, órdenes discursivos y géneros (Torre, 11-17). Como se puede advertir, esta conceptualización tiene muchos puntos de contacto con la expuesta en el párrafo anterior. Sin embargo, preferimos la primera
³ puesto que nos interesa hacer foco en las problemáticas de fronteras, por una parte y porque, por otra, incluimos aquellas experiencias que no sólo se refieren a la Conquista del Desierto. En este sentido,el texto de Gutiérrez adscribiría al género puesto que varias de las cortas narraciones que lo componen están referidas, no sólo a este proceso histórico, sino también a la Guerra del Paraguay. En todas ellas se advierte una conflictividad alrededor de las fronteras internas o externas, y, por lo tanto, se desenvuenlven los elementos centrales para observar la configuración y el funcionamiento de frontera/s: conflicto, cohabitación, traducción.
  Así, advertimos en toda la conflictividad en torno a las fronteras internas o externas, desenvolviéndose, por tanto, los elementos centrales para observar la configuración y el funcionamiento de frontera/s: conflicto, cohabitación, traducción. En definitiva, no se trata de pensar las fronteras solo en tanto delimitaciones territoriales sino como semiosferas (Lotman 1-26), como fronteras culturales.
  Partimos de la hipótesis de que este género construye personajes y enunciadores que hablan y actúan, en muchos casos, desde posiciones heterodoxas en relación con lo hegemónico, canónico, ortodoxo establecido en el momento de producción. La misma condición de sujetos fronterizos, pertenecientes o en conflicto entre dos mundos culturales, dos lenguas, dos sistemas de representación diferentes hace desenvolver sus subjetividades en un marco de tensión y dualidad que no responde a las oposiciones irreductibles, al maniqueísmo que el discurso oficial, citadino, blanco, cristiano, colonial impone y que el Estado pretende configurar como matrizúnica cultural.
  Al recuperar el término “heterodoxia” nos referimos a un concepto que venimos elaborando en el marco del proyecto de investigación “Recorridos heterodoxos de las literaturas en Argentina” y anteriores (“Heterodoxias y sincretismos en la literatura argentina”; “Procesos de construcción de la heterodoxia en la literatura argentina”) desarrollados en el Centro de Investigaciones de la Facultad de Filosofía y Humanidades “María Saleme de Burnichón” de la Universidad Nacional de Córdoba. Podríamos precisarlo de la siguiente manera: una forma de leer cruzado que intenta hacer crujir los patrones de lectura que se aplican comúnmente a partir de la herencia occidental; un saber, una práctica, que se constituye dinámica e históricamente, de manera complementaria -pero asimétrica-, en relación a un “otro” ortodoxo. Se instituye como una categoría relacional, relativa e histórica, que rehúye de todo tipo de encasillamiento e inmovilidad semántica (Corona Martínez 6; Bocco, Boldini y Mercado 181; Bocco, Boldini y otros 17-19).
  Se trata -en el caso de Gutiérrez y de otros autores contemporáneos- de relatos de fronteras que, en la segunda mitad del siglo XIX en Argentina, despliegan un discurso que rompe con las representaciones sostenidas desde el Estado y desde sus voceros blancos, citadinos, letrados: desmontan la noción de desierto/desierto verde como vacío, visibilizan las culturas aborígenes, humanizan al indio, insinúan que es posible vivir con esos “otros” e incluso que no son (tan) bárbaros; exponen vivencias de camaradería y horizontalidad (tengamos en cuenta que se trata, en gran parte, de relatos atravesados por la organización militar) entre sujetos de rango y sujetos subalternizados: jefes blancos y tropa compuesta por gauchos, negros, indios “amigos”, mujeres, entre otros. Todo ello implica, desde nuestra perspectiva, el funcionamiento de una heterodoxia literaria que deconstruye y disputa sentidos aun cuando no adjudiquemos a sus enunciadores una actitud “militante” ni “indigenista”, ni “antirracista”, ni de impugnación en bloque a las políticas estatales. Consideramos que obras como Memorias de un ex cautivo (1854) de Santiago Avendaño, Memorias (1868) de Manuel Baigorria, Una excursión a los indios ranqueles (1870) de Lucio V. Mansilla, La pampa (1889) de Alfredo Ebelot, La guerra al malón (1907) de Manuel Prado, por mencionar solo algunas, se inscriben en el género de literatura de frontera y son ejemplos de emergencia de la heterodoxia literaria.
  Las obras que acabamos de mencionar erosionan de diferentes maneras el plan civilizatorio del Estado decimonónico y las leyes punitivas sobre la interetnicidad. La posibilidad de la convivencia, por ejemplo, es un núcleo que se advierte con gran complejidad en el texto de Baigorria. La frontera como exilio es un tópico que recorre la literatura decimonónica y que opera en un juego de tensiones y retorsiones que necesariamente resignifica los sentidos de ir tierra adentro. Un caso ilustrativo al respecto es el de los refugiados políticos como Manuel Baigorria, unitario puntano que decide exiliarse con los ranqueles y desde allí -y con ellos- luchar por sus ideas partidarias. La frontera es su elección y está expresamente puesta de manifiesto en sus Memorias, escritas/dictadas por él, luego de su larga estancia entre los indios. De este modo, se transforma en un “pasado”; con esta designación nos referimos a quienes buscaban refugio y se establecían por un tiempo en las tolderías. Se trata de un término que evoca, por un lado, una cuestión temporal: un sujeto que viene de otro espacio-tiempo, que tiene una historia previa que arrastra, a tal punto que esa vida anterior encarna y lo marca; él es el pasado, una suerte de sujeto descolocado, anacrónico. Por otro lado, el nombre nos remite a la idea de pasaje: se trata de quien ha traspuesto la frontera. La acción misma de cruzar se confunde consigo.
  ¿Cómo emergen estas cuestiones en Manuel Baigorria, personaje complejo, ambiguo, contradictorio? Por una parte, se afana por sobresalir, por tener el mando, por ganar cada batalla y por ser reconocido. Logra estos propósitos, pero -como contrapartida a esa obtención- se trasforma: para los “blancos” en un traidor, bárbaro, peor que los indios porque se vuelve contra su propia civilización; para los aborígenes nunca dejará de ser un “pasado”, o sea, un extranjero que ha llegado a sus tierras buscando refugio y sobre el que siempre pesan sospechas de deslealtad. De hecho, esta condición de doble extranjería coloca al Baigorria de las Memorias, como una suerte de doble agente. Por ejemplo, en una de las invasiones a San Luis, simula haber sido arrestado para que los indios se alejen del pueblo y no avancen en los saqueos. Este es un plan urdido a espaldas de Pichún (su hermano indio) y en connivencia con el ejército unitario blanco al mando de Videla, su protector (Baigorria, 92-99).
  Esta doble condicionalidad lo torna contradictorio en sus valoraciones sobre sí mismo y sobre quienes le han brindado se hospitalidad. Baigorria tiene una mirada ambigua sobre los indios. Por una parte, los considera bárbaros; pero por otra, entiende que son sus amigos, sus salvadores y sus aliados, en una suerte de contrato que sella con su propio cuerpo: lo ofrece para la negociación política, lo somete a heridas y lesiones, lo viriliza/vitaliza engendrando progenie mestiza.
  Otro eslabón heterodoxo lo configura el testimonio de Santiago Avendaño, un cautivo que estuvo entre los ranqueles entre los siete y los quince años de edad (1842 a 1849). Su relato reconstruye los orígenes de la dinastía Piedra, la llegada de Calfulcurá a este lado de la cordillera, el desarrollo del gobierno de este cacique; e, inserto en esta recuperación histórica y exposición de las características culturales de estos pueblos, aparece la propia experiencia como cautivo, su huida, su vida posterior hasta 1852. Sus manuscritos se conocieron solo parcialmente a partir de las publicaciones realizadas en La Revista de Buenos Aires, en los años 1867 y 1868 y que, en esta fragmentación, se lee una versión edulcorada y canónica (Pérez Gras 75-98). Recién en el año 2000 hay una primera publicación de la obra “completa” realizada por el padre Meinrado Hux quien también operó modificaciones y modernizaciones; hasta llegar a la edición crítico-genética a cargo de María Laura Pérez Gras en dos tomos, en 2018 y 2022, respectivamente.
  A lo largo de su texto, Avendaño hace foco en el trazado de un mapa que está saturado de límites, de fronteras que permanentemente se cruzan, se transgreden, se modifican: tribus que usurpan el territorio de otras, que las invaden, que negocian para poder atravesar un espacio ajeno; indios que se pasan del lado de los blancos; blancos que se refugian con los indios; cautivas que no quieren retornar; pardas que conviven amorosamente con los indios; cautivos que se escapan (tal es su caso) pero que luego se transforman en mediadores culturales. En este sentido, la configuración del espacio de la frontera en boca de este intermediario está equilibrada entre blancos e indios: emplean las mis-mas estrategias, persiguen los mismos fines; operan desde la venganza y despliegan violencia. Así como expone la crueldad que los indios tienen al castigar a quien creen traidor, por ejemplo, también devela las atrocidades de los blancos.
  La frontera que se configura acá también desde la práctica del cruce, encarna de un modo par-ticular en este enunciador: el cautivo -que adquiere un conocimiento directo del terreno y los sujetos que lo habitan-, se escapa para retornar como intérprete. Lo atraviesan todas las contradicciones: re-mordimiento por abandonar su cautiverio “feliz” y ser un desagradecido-traidor para con el indio que lo trató como hijo; defensa de los que son considerados bárbaros por su “patria”; enjuiciamiento de los que han sido parte de su vida y le prodigaron afecto y saberes. El texto tiene un costado revulsivo (heterodoxo, decimos) al exponer que los indígenas son los verdaderos dueños de la tierra de las que el Estado se quiere apropiar.
  Este género al que venimos aludiendo, como se puede inferir, ubica en la centralidad de la narración la problemática del diseño territorial y del mundo indígena. Por ello, no es común que sujetos negros intervengan en la trama. En este sentido, consideramos que el peso de lo heterodoxo se refuerza con la aparición y tratamiento de estos personajes, y se potencia esta condición al tratarse de mujeres. Por ese motivo, hemos decidido prestar especial atención al modo en que ellas son representadas en la literatura de frontera.
  La noción de representación, extendida en el campo de las Ciencias Sociales y Humanas, implica pensarla siempre como construcciones discursivas colectivas, de las instituciones, de los medios, de los imaginarios. Como afirman Alejandra Cebrelli y Victor Arancibia:

Una representación se construye a lo largo del tiempo mediante un proceso de acumulación de signos y elementos heterogéneos que se le adosan, modificándole no solo el significado sino y sobre todo el valor ya que remiten a ideologías diversas en tanto cada uno responde a una instancia de producción dada. Las incorporaciones se realizan de manera paulatina y en tiempos que pueden ser medios, cortos o largos. Cada elemento ancla la representación a un momento de la historia de esa cultura. De esta manera y de acuerdo a las formaciones ideológicas en que estas representaciones se insertan, determinadas significaciones y valores van haciéndose visibles mientras se opacan otros. Es que los elementos constitutivos de las representaciones funcionan como cristales esmerilados superpuestos que opacan la visión sin ocultar totalmente las formas que están detrás de ellos. (Cebrelli y Arancibia 72-73)

  A partir de las coordenadas que acabamos de establecer, a continuación avanzaremos en la propuesta.

Diversidades y fronteras culturales

Durante el siglo XIX, donde los operadores literarios que organizan lo decible y escribible en el discurso post-colonial son “la discusión con el otro” (Bocco, Literatura y periodismo 197-240) y “la elaboración de una programática” (Bocco, Literatura y periodismo 81-136). Así, construir la patria, diseñar la nación, definir sobre qué bases se instala el estado, quiénes van a conducir el proceso e integrarse a él y quiénes quedarán fuera, forma parte de los debates centrales que se despliegan en el corpus epocal . Debates que ubican, en una posición expectable, la problemática de la identidad.
  Las luchas por la independencia conducidas por los sectores criollos cultos implicaron la ecuación Modernidad- emancipación- Ilustración, con la que los europeos rompen críticamente la tradición cristiana medieval, comienzan una profunda y definitiva secularización de la cultura, y construyen un principio de identidad para diferenciarse de lo/s no europeo/s. La equivalencia entre emancipación y civilización va a pregnar en los revolucionarios americanos y esto producirá marcas de racismo y clasismo.
  Domingo Ighina en el capítulo “Ver con los ojos cerrados. Crisis de las ontologías nacionales criollas, geocultura y fagocitación” (71-101) -que integra el volumen compilado por Zulma Palermo Pensamiento argentino y opción descolonial- plantea que la situación de los criollos es paradójica porque, por una parte, integran el poder colonial dado que económicamente son un grupo activo, pero sin reconocimiento político; a la par, para sostenerse económicamente deben boicotear al propio imperio español en relación con sus leyes monopólicas. La élite criolla se arroga la representatividad del colectivo “criollos” (diverso étnica, social y culturalmente) y se construyen como oprimidos centenarios, rebeldes, agentes de insurgencia, sujetos históricos capaces de terminar con el atraso español. En su disputa por el poder, tratan no sólo de imponerse al imperio sino también a los propios (otros) del país: indios, negros.
  Vemos, a partir de los planteos de Ighina, que se evidencia en los pro-hombres decimonónicos una fuerte contradicción interna respecto de quiénes son lospatriotas que participarán del campo político-cultural para convertirse en ciudadanos de derechos. El legado colonial ha dejado marcas de valoración étnica muy fuerte:los indios como incapaces que deben ser tutelados, como disruptivos que deben ser confinados; los negros como objeto de cambio reducido a la servidumbre o amenaza de la moral cristiana; los mestizos como degradación “natural” de la especie, sospechosos de traición y venalidad.
  Estos sectores “bajos” de la sociedad colonial fueron el motor de muchos de los levantamientos que sacudieron los virreinatos americanos: recordemos la rebelión de TúpacAmaru en 1780 y la revolución de Haití en 1804 con el protagonismo de negros y mulatos, como para escenificar el rol desestabilizador y contestatario que las “razas inferiores” tuvieron. De hecho, el proceso de la emancipación americana significó para muchas de ellas un espacio de lucha de todas las expoliaciones y discriminaciones sufridas por el poder imperial y de reivindicación como sujetos nuevos para un nuevo orden.
  La representación social que el poder colonial construye y que los sectores criollos dominantes reproducen, en varios sentidos, coloca los rasgos de fealdad y lascivia como determinantes sobre la negritud. Si nos detenemos en las mujeres negras, ellas ingresan más tarde que los varones al Río de la Plata y para cumplir una función reproductiva-sexual: debían satisfacer los apetitos sexuales no solo de esclavos sino también de sus amos. Por supuesto, que esto habilitaba la violación y los castigos, a pesar de la prohibición “legal” de estos abusos por parte del orden colonial; frente a estos hechos, ellas eran las culpables dada su “natural” tendencia a la obscenidad (Goldberg 29).
  Tal como explica Florencia Guzmán, las mujeres negras tenían asignado el rango inferior de la jerarquía social, devenido de las reglas de la pureza de sangre y del honor. Por supuesto que el aparato de control de ese honor estaba operado sobre las blancas, dejando a las negras en una situación de mayor exposición: eran consideradas menos respetables, blancos fáciles de la agresividad o explotación masculina. Se genera así el “mito de la sensualidad negra”, acompañado “del estereotipo de lujuriosas, pecaminosas, carentes de moral y de honra, tal cual surge del discurso colonial” (Guzmán, Representaciones 406).
  Esta representación negativa y amenazante de los sectores populares serásustentada y alimentada por la élite ilustrada local que asumirá un programa político cuyos estandartes son la civilización, el progreso y las luces, en tanto valores rectores de la historia. Y construirá un modelo económico de capitalismo periférico para que Argentina se integre al mundo. Este programa político, además, opera como estigmatización de la otredad y como imposición de la cultura letrada porsobre la cultura popular, depreciando y menoscabando a esta última. Y se sostiene sobre políticas represivas delEstado.
  Sin embargo, este programa tuvo sus fisuras y crisis en algunos momentos apartir de la emergencia de algunos líderes locales, como fueron los caudillos del interior(apodados gauchos malos por la literatura canónica),y con los que, en una de sus líneas, encarnó el partido federal sobre todo en su vertiente dorreguista. Pensemos que Dorrego, siendo gobernador de Buenos Aires, va a suspender la leyde levas y a impulsar que los sectores populares voten. El federalismo nace con elperfil del primer partido popular argentino y produce la incorporación a la escena pública de gauchos/as, negros/as, indios/as amigos/as, mestizos/as, mulatos/as. Estos sectores tienen una suerte de empoderamiento que será decisiva para el sostén de Rosas, peroque le acarreará su demonización. Como plantea Alejandro Solomianski (104), entre 1829 y 1852 se establece una alianza entre rosismo, cultura popular y negritud que será indigesta para los sectores letrados antirrasistas. Pensemos en el racismo que destilan textos como El Matadero de Esteban Echeverría o Amalia deJosé Mármol.Allí, losnegros simbolizan todo lo execrable de Rosas ¿o por ellos es que el rasismo se torna inadmisible eintolerable? Pero, además, advertimos en ambas obras (y, en general, en los hombres letrados de ese período) las enormes dificultades de las negras para figurar en tanto mujeres; los rasgos de “femineidad” se disuelven: son harpías, sucias, masculinizadas. Como contrapartida, las plumas rosistas como la de Luis Pérez, a través de sus periódicos de 1833 El Negrito y La Negrita, pugnan por representaciones positivas: bellos, patriotas, inteligentes. En este punto, y tal como señala Magdalena Candiotti (100), si Rosas utiliza a los libertos para engrosar los batallones, a cambio les ofertaba un camino de honor a partir del acceso al prestigio militar. Así, Juana Peña (la gacetera ficcionalizada de La Negrita) con arengas y alabanzas (tanto hacia los negros como hacia el Restaurador) en el número 1 (21/07/1833) expresa con claridad esta suerte de transacción, que permite la construcción de una enunciadora empoderada:

Por meterme a gacetera He de hacer ver que aunque negra Soy patriota verdadera Por la Patria somos libres, Y esta heroica gratitud Nos impone el deber santo De darle vida y salud La Patria se ve amagada De unos pocos aspirantes Que quieren sacrificarla Por salir ellos avantes Opongamos a su intento Nuestros pechos por murallas Y reunidos los negritos corramos a salvarla. (Pérez 1)

  En la segunda mitad del siglo XIX, ubicamos una serie literaria producida por mujeres escritoras que van a poner en interdicción la gran frontera cultural configurada desde el discurso hegemónico y masculino, civilización-barbarie, y se ubican en un entre desde el que permiten el ingreso de personajes claramente periferizados o subalternizados hasta entonces: mujeres, indígenas, afrodescendientes; incluso con la intersección de algunas de estas marcas. Construyen personajes que, con contradicciones y tensiones, interpela en distintos grados las representaciones cristalizadas del racismo. Podemos mencionar aquí, por ejemplo, particularmente en relación con la configuración de mujeres negras a La familia del comendador (1854) de Juana Manso, Pablo o la vida en las pampas (1868) de Eduarda Mansilla, Peregrinaciones de un alma triste (1877) de Juana Manuela Gorriti que aportan al desarrollo de una línea de heterodoxia literaria en este período.

Negritud y frontera

  Dentro de este contexto general que acabamos de presentar, se advierten movimientos oscilantes de ampliación y contracción en la visibilización y aceptaciónde las diversidades étnicas, lo que impacta directamente en las representaciones sociales de la mujer negra. La coyuntura de la guerra contra el indio y la avanzada de la línea de frontera van a incorporar sa zóna estas problemáticas.
  En lo que refiere puntualmente a la cuestión de la frontera, esta convoca -por una parte- los conflictos en cuanto a ser el lugar de confinamiento de los vagos y mal entretenidos, desde la enunciación del discurso oficial, ilustrado, hegemónico, legal delEstado colonialista que busca ampliarsus límites. Así, la frontera como espacio sepresenta como castigo, infierno, destierro, degradación, depósito de lo execrablesocialmente.
  El género de la literatura de frontera coloca estos problemas en una condición de ambivalencia porque si la frontera es degradación, también es posibilidad de salvación y construcción de algo nuevo, tal como ya se apuntó en relación, por ejemplo, a las memorias de Baigorria o de Avendaño. Esta ambigüedad cobra cuerpo en un actor central de este género: el sujetofronterizo que encarna en personajes tales como los indios amigos, los gauchos alzados, los refugiados políticos, loscautivos, los fortineros, el lenguaraz, el mercachifle. Se trata de trasplantados a un espacio cultural otro, ajeno, que los marca como extranjeros y que, a su vez, los vuelve extraños para la propia comunidad de origen. Esta dualidad aparece como rasgo constitutivo del afrontera y que, en consecuencia, se traslada a los sujetos que la atraviesan: los sujetos fronterizos reconfiguran su identidad desde lo dual. Y esta dualidad define identidades heterodoxas que corro en la homogeneización del discurso letrado, citadino, civilizatorio de la nación.
  La categoría de “frontera” es transdisciplinaria. El norteameriano Frederick Turner, a quien podemos considerar su fundador, la ubica en su libro La frontera en la historia americana (1920) como deudora de la idea de estado. Podemos considerar que opera como una suerte de sinécdoque de nación; problematiza la idea de límite en lo geográfico, lo temporal, lo geopolítico, lo cultural (Fernández Bravo 9-66). No puede despegarse de la irrupción del otro en el discurso oficial, y esto significa que pone en crisis, que interpela las certezas acerca de la cultura, de la identidad, del territorio.
  Las fronteras son construcciones sociales e históricas, materiales y simbólicas, que implican a diversa escala relaciones de poder, asimetrías, conflictos, transacciones. Se trata, además, de una experiencia y una representación social narradas de distintas formas. En este relato operan necesariamente mecanismos de semiotización que traducen todo lo que circula por ellas y las cruza. Así, las fronteras son porosas, definidas por el cruce, y también espacios de configuración de nuevas estigmatizaciones (Grimson 9-44).
  Nos interesa detenernos en la aparición de los sujetos negros en lafrontera, especialmente de las mujeres, y trabajar particularmente algunos episodios del texto de Eduardo Gutiérrez, Croquis y siluetasmilitares (1886).
  En el contexto de producción de esta obra, la campaña al desierto en la frontera sur ha concluido y se está iniciando en la frontera norte. Esto significa, por una parte, la expansión territorial y el acompañamiento de la escritura como título de propiedad sobre esos territorios. Por otra parte, surge una línea que contribuye a la conformación de un relato sobre la frontera que contiene ciertas características épicas y que transfiere heroicidad no solo a los jefes militares, a los personajes públicos e históricos, sino que incorpora a sujetos marginales, populares, subalternos dentro de este relato. El género asume estas coordenadas.
  ¿De qué manera impacta la aparición de esos “otros” en una narración de construcción de la nación? Nación que, por cierto, fue desplegando un discurso “fundacional” de blanquidad a partir de la escritura de los jóvenes del Salón del 37. Pensemos la manera en que es ubicada en la centralidad del sistema literario, matrizando las líneas de producción estética, La Cautiva (1837) de Esteban Echeverría, poema en el que se sanciona sin medias tintas la ley que prohíbe las relaciones interétnicas: María es un cuerpo que se preserva sin la penetración del aborigen. Los cuerpos abyectos, asquerosos, monstruosos de indios y negros desfilan por este texto y por la otra obra echeverriana El matadero (1838-40/1871). Ya aludimos a cómo, en este relato, las negras son animalizadas y masculinizadas: se arremolinan sobre las vísceras del animal, se untan la “grasa entre las tetas”, son “harpías” sedientas de sangre. La vampirización opera tanto en la representación de los indios como de las negras en ambas obras, reforzando su condición monstruosa. Se trata de sujetos racializados, cuerpos que irritan, que fueron considerados inhumanos, desde las tácticas de la epistemología imperial (Mignolo33) replicadas por los constructores de la nación a partir de finales de la década de 1830.
  En este sentido, se despliegan tempranamente estrategias de invisibilización sobre las diversidades étnicas de la Argentina en construcción, de las que los negros y las negras no son la excepción. Estos ocultamientos sociales, políticos, discursivos van a empezar a sufrir fisuras, sobre todo desde la década de 1870. Por una parte, la literatura de frontera expondrá que el desierto está lleno y habitado por “gentes”: los pueblos aborígenes, los gauchos refugiados, las cautivas y cautivos. También por milicos/as gauchos/as y negros/as. Por ejemplo, en La Pampa (1889) de Alfred Ebelot refiere en el capítulo “El gato-moro” que los indios, en los malones, cuando cautivan europeos o negros se divierten con ellos y luego los entregan a los niños de la tribu (Ebelot 104). De repente, sobre el mito de la cautiva blanca se imprimen los/las cautivos/as negros/as. Recodemos, a su vez, el negro del acordeón de Una excursión a los indios ranqueles, personaje que habita en las tolderías de Mariano Rosas, “que había sido esclavo de no sé qué estanciero del sur de Buenos Aires, soldado del general Rivas, desertor” (Mansilla 250) y que halla refugio en el cruce de la frontera.
  Por otra parte, no podemos dejar de mencionar la emergencia y proliferación de periódicos escritos por afroargentinos que se produce entre 1869 y 1882, fundamentalmente en la ciudad de Buenos Aires: La Igualdad, La Broma, Los Negros, La Juventud, La Perla, El Unionista, La Luz, El Aspirante, El Látigo, El Obrero, El Deber, La Razón, El Artesano, La Regeneración. Con esta enumeración no agotamos la totalidad de las publicaciones. La expansión de la prensa afro se da en un momento en que supuestamente se trata de una “raza extinguida”; por lo tanto, con claridad podemos sostener que su desarrollo comporta una estrategia de visibilización, un contradiscurso de la supuesta desaparición étnica.
  En términos de Lea Geler (28), los periodistas afroporteños sentían que en su empresa tenían la oportunidad de cambiar el presente y supuesto destino de su comunidad. Siguiendo los análisis de esta autora, podemos plantear que en sus periódicos buscaban desmarcarse de la categoría “gente de color” en un momento de conformación del estado nación que claramente configuraba la argentinidad desde la homogeneidad blanca. Por lo tanto, aquí se puede observar una ambivalencia entre visibilizar la diversidad de la negritud e integrarla a la uniformidad de la patria blanqueada. Por ello, impulsaban categorías identificatorias como “afroamericanos”. Ponían en juego permanentemente su condición de legítimos ciudadanos argentinos y consideraban haberse ganado ese derecho en función de su participación en las luchas independentistas. Propulsaban, además, la civilización como un valor per se, el cualse había operado en ellos a diferencia de lo acontecido con los pueblos indígenas, bárbaros perennes, de los que claramente trataban de diferenciarse (Geler 58-60; 63-65); por ejemplo, su defensa de los intereses de la nación y su condición civilizada se desprende de su participación en los ejércitos de frontera que luchaban contra ellos en la línea sur.
  Por otra parte, cabe señalar de qué manera también los afrodescendientes reclaman (sobre todo en la segunda mitad del siglo XIX), por una educación sin racismo que permita incluir a sus hijos e hijas. De esta manera, asumen el ideario republicano, democrático y liberal y exigen la igualdad que desde el discurso oficial se enuncia, pero no se concreta. Para ello, además, refuerzan su autoadscripción a la nacionalidad argentina blandiendo sus blasones de soldados de la patria (Barrachina 119-129).
  Otra cuestión a rescatar es que los afroporteños se fueron plegando al discurso de peso “nacional”, de nostalgia de lo rural, de entronización de lo local y gauchesco (Geler 118). Por ejemplo, es importante el rol que desempeñaron en el arte de la payada: Gabino Ezeiza, uno de los redactores de La Juventud, fue un destacado payador. En este sentido, se puede pensar en una alianza estratégica con lo gaucho-popular. La Broma le dio espacio de difusión a la adaptación teatral que hizo José Podestá de la novela popular Juan Moreira de Eduardo Gutiérrez, que fue la inauguradora de la escena nacional en el picadero del circo de la compañía Raffeto en 1884. Es interesante mencionar que dentro de los cambios que la representación fue sufriendo, uno de ellos es la incorporación del Pericón nacional; se trata de un baile representativo del mundo rural gaucho y también de una “pieza infaltable de las tertulias afroporteñas” (Geler 113). Por otra parte, en los primeros tiempos de las puestas en escena de Juan Moreira surge un personaje, “el negro Agapito”, interpretado por el actor afroargentino Agapito Bruno (Seibel 201).
  En función de lo expuesto, entonces, en el contexto de producción de Croquis y siluetas militares los y las propias afroargentinas asumen la voz en la escena pública con multiplicidad de periódicos, escritura de poesías, espectáculos de payadas, intervenciones en la escena nacional y desde ahí modulan sus condiciones de ciudadanos/as, de argentinos/as, de patriotas, de civilizados/as.
  Un sector de la comunidad afroporteña adherirá al proyecto político de Julio Argentino Roca y apoyará abiertamente la Campaña al desierto asumiendo en ello la misión civilizadora del estado. En este gesto y en la participación directa en la acción militar de una parte de dicha comunidad, atraviesan la frontera cultural de la barbarie en forma “definitiva” para posicionarse como miembros del civilizado pueblo soberano (Geler 371).

Mujeres negras en la frontera

  Hernán Sosa, en su análisis particular de Croquis y siluetas militares, apunta que el desfile en los textos de personajes populares, gran parte de ellos negros, despliega una mirada sin ingenuidad que recalibra el peso que indiscutiblemente tienen las figuras militares de alto rango. Y, de varias maneras, esa mirada se vuelve impiadosa hacia los subalternos: “desolemniza hasta la burla a los sectores populares” (Sosa 41). Desde nuestra perspectiva, lo señalado por este investigador se produce no sin contradicciones ni ambigüedades; es decir, hay burla y a la vez admiración en torno a las representaciones de los sujetos populares.
  Este libro reúne una serie de textos que, desde un tono autobiográfico y testimonial(característico de la literatura de fronteras), relata episodios de la vida en los fortines, dando preeminencia a la semblanza de los jefes militares, héroes de la patria en la defensa del territorio. Desfilan así personalidades de relevancia como los Comandantes Hederra, Heredia y Klein; los Coroneles Borges, Lagos, Muzlera, Morales y Rossetti; los generales Rivas y Racedo. Pero junto a ellos aparecen los relatos protagonizados por milicos rasos o con rango muy bajo. Estos son, en boca del narrador, los “héroes ignorados”, tal como titula a uno de lostextos. En él se presenta a Leopoldo Montenegro, negro cuya temeridad lohacía parecer más valiente que ninguno. Las acciones que protagoniza tienen como marco la Guerra del Paraguay (1864/1870). La que cierra el texto muestra su arrojo, pero también su rebeldía:

El comandante Campos [dijo]
-Vamos a cargar a la bayoneta […] que ninguno salga de la formación bajo ningún pretexto […]
En cuanto el trompa tocó a la carga se sintió un feroz golpeteo de boca, y Montenegro se desprendió
de las filas y cargó solo, dando alaridos espantosos.
Sorprendido en esa chillería […] dio vuelta el Comandante Campos […]
-¡Ah, negro trompeta!- exclamó, y no pudiendo contenerse le envolvió la cabeza de un latigazo,
mandándolo a las filas.
-¡Vean lo que hacen los jefes! – gritó el negro sintiendo la vergüenza de la afrenta […].
Cargó en lo más
recio del choque y se metió entre el enemigo, bayoneteando sin piedad, como una
máquina de muerte.
Y no se lo volvió a ver más en las filas del 6 […]
Montenegrono volvióa aparecer, ni vivo ni muerto. (Gutiérrez61-62)

  Como podemos ver, este personaje afroargentino se insinúa como un desertor, sin embargo, eso no le quita -desde la perspectiva del narrador- su lugarde héroe. De hecho, la escritura del texto implica parangonar su heroicidad a la delos jefes -quienes lo admiran (Gutiérrez 62)-, en una operación de borramiento de las jerarquías, incluso a costa de su insubordinación.
  La idea de que se trata de un sujeto heroico ignorado ubica al relato en una posición de develar una realidad desconocida para el lector contemporáneo. Pensemos que parte de la producción de la literatura de frontera se publica enperiódicos, desde los que se informa y, a la par, se alimenta un imaginario de lo exótico.Aportar conocimiento sobre la realidad de la frontera y tierra adentro es un objetivos obtenido por este género, por cuanto se busca adentrar en lo desconocido. Pero, la imagen de héroe ignorado no solo parece construirse en relacióncon la posibilidad de sacarlo del olvido, del anonimato, del desconocimiento. Su valor heroico es obliterado por quien está en posición de otorgar ese reconocimiento (elpodermilitar, el poder estatal). En su lugar, aparece como un sujeto que finalmente se transforma en ausencia perpetua, solo corporizado por la escritura desde el recuerdo; y en ese gesto escriturario puede traducirse en memorable. Sin embargo, este reposicionamiento no suspende la otra cara, la de un sujeto ignorado porque es un marginal dentro de ese ejército: soldado raso, desertor, negro.
  En este punto, lo expresado por la voz enunciadora se pone en línea con lo sostenido por las propias voces subalternas / ignoradas que ensayan condiciones de decibilidad en el espacio público finisecular. Así, tal como ya hemos hecho alusión con anterioridad a propósito de las publicaciones afroporteñas, intentan posicionarse como quienes aportaron a las causas de la patria a pesar de haber sido y ser considerados “nadies”, bárbaros. Esta condición de heroicidad surge en un contexto de producción específico: aludimos al proceso de emergencia de algunas figuras históricas afro. Nos referimos, fundamentalmente, a Falucho y a María Remedios del Valle, dos héroes de la gesta independentista a quienes Bartolomé Mitre consagrará. De esta manera, en las estampas que el libro de Gutiérrez va proponiendo se expresa el retaceo de la grandeza de los personajes negros; y este reclamo cobra sentido porque, en paralelo, el propio discurso histórico liberal les construye un lugar en el panteón nacional. Consideramos que estas ideas son relevantes para la representación de los afroargentinos, en general, y para la mujer negra, en particular, en el texto de Gutiérrez.
  Otra figura afroargentina que tiene protagonismo en una de las siluetas es“El Negro Santos”, también partícipe de la Guerra del Paraguay. Aquí nuevamente se reitera, como en el relato anteriormente mencionado, la combinación de valentía y picardía, y la intención de quitar el velo de la ignorancia: “Pocos serán los que hayan conocido al negro Santos, viejo veterano más curtido que un par de botas de potro” (Gutiérrez 229).Le dedica su vida al ejército; su sangre “ha corrido en todos nuestros campos de batalla” (Gutiérrez 229). En concordancia con su lugar subalternizado, no obtiene recompensa alguna excepto las cicatrices que testimonian su ofrenda en la guerra, las que le de forman el semblante. Todo ello va demarcando su condición de paria una vez que deja el servicio: no tiene dónde vivir y recurre a hacerse encarcelar para tener comida y lecho. Sujeto marginal y marginalizado por la nación pero sin el cual esa nación no podría colgarse la medalla de la victoria; sin él y sin tantos otros como él, esos héroes ignorados. Se reitera aquí esa operación dual que va demarcando la representación de estos personajes.
  Los otros actores identificados con la negritud en Croquis y siluetas militares, además de los dos ya referidos (Leopoldo Montenegro y Santos), son Mañanita, el Sargento Rivera, la Sargento 1º Carmen Ledesma, el cabo Ángel Ledesma. En el caso de Mañanita (Gutiérrez 165-169) se trata de alguien que ha perdido su nombre, un anónimo que pasa de estar considerado (y caracterizado) como sucio, monstruoso, inútil, objeto de todas las burlas y reprimendas, a ser el más bravo, limpio, valiente, el primero en el combate. Tales cambios se operan fundamentalmente en la consideración de quienes le rodean y que terminan viéndolo con los mismos ojos con que lo aprecia su amada Lucinda, “boliviana de piel de cobre y ojos magníficos”, de “hermosa cabellera”, de cintura graciosa y moviente” (Gutiérrez 166). Esta variación en las opiniones se produce por el hecho de que él reacciona para defender aquello que es lo único importante en su vida: el amor de su compañera. Por eso se enfrenta a otro hombre negro, Rivera, quien pretende disputarle a Lucinda. De la historia de este personaje podemos desprender dos cuestiones. La primera es ¿qué valor tiene la vida, el sacrificio, el arrojo para los sectores populares en el ejército de frontera?, ¿cuál es el sentido de la entrega, de la heroicidad para quienes son estigmatizados, maltratados, humillados permanentemente y a los que se les exige jugarse la vida por algo que no los atraviesa existencialmente? Mañanita dota de significado la lucha a la que está obligado a sostener, en la medida en que el mundo de sus afectos está en peligro; eso lo “transforma”, exterioriza algo que hasta ese momento no tuvo necesidad de evidenciar: que es aguerrido y valioso. La otra cuestión que queremos desprender de este relato es que si bien muchos de los personajes vinculados a los sectores populares están descritos en clave monstruosa (con matices, por supuesto), esta particularidad no cae solo sobre ellos, no cierra exclusivamente en ese grupo. La sucesión de los relatos recopilados en este libro de Gutiérrez expande la monstruosidad sobre la configuración de ese ejército de frontera, perdido, abandonado y sobreexigido por el Estado, pauperizado, hambreado, sobreexpuesto al peligro. Esta es una imagen reiterada en la literatura de frontera; y en esta repetición se cifra su heroicidad y la exigencia de reconocimiento. Nuevamente insistimos en este punto en las dualidades y contradicciones que atraviesan a los personajes fronterizos en general, y a los referenciados con los sectores populares, en particular.
  Un lugar destacado dentro de los personajes afroargentinos que aparecen en Croquis y siluetas militares lo ocupa una mujer: Carmen Ledesma. Ella interviene en cinco episodios, y tres de ellos con un rol central: “Las tortas fritas”(protagonista), “El Sargento”, “Un regimiento espartano” (protagonista), “Amor deleona” (protagonista) y “El baile monstruo”. Es la única figura que se repite tantas veces en los distintos relatos. De hecho, más bien cada texto se concentra en personajes masculinosdiferentes que absorben la exclusividad en la atención delnarrador. No acontece lo mismo con Carmen y es, en este sentido, una excepcionalidad. A la vez, podemos considerar que esta persistencia termina otorgándole un cierto perfil afro a ese ejército de frontera, aparentemente identificado con el gaucho como figura representativa.
  Adentrándonos en sus características, podemos decir que la atraviesan y definen su condición de negra, mujer, madre y militar. En esa interseccionalidad se yergue y actúa Mama Carmen, como la llaman todos. Ha parido quince hijos, a los que ha ido perdiendo en las filas del regimiento. Su vida ha trascurrido en medio de la lucha contra el indio, en la frontera, en esa caravana móvil que avanza, crece y decrece. Como mujer de soldado acompaña al ejército, pero se termina convirtiendo en un miembro de él; obtiene rango y logra subir en el escalafón a Teniente Primero. Ha ido envejeciendo mientras transcurre la historia de la conquista del desierto. Igual que Mañanita, el sentido de su lucha está vinculado al mundo de sus afectos: nunca desampara al único hijo vivo que conserva, Ángel Ledesma “y en el que había reconcentrado el amor de los otros quince” (Gutiérrez 147). Vale aquí traer a colación nuevamente la figura de María Remedios del Valle puesto que Mama Carmen se construye en forma especular a este personaje histórico: toda su familia (esposo e hijos) muere en las luchas por la independencia y entregan su vida por la patria; ella misma es una combatiente y asiste a los enfermos y malheridos; se gana la confianza de la tropa y los jefes; sufre física y emocionalmente; pierde todo y finalmente logra reconocimiento (Guzmán, “María Remedios” 2-5).
  En el episodio “Amor de Leona”, su condición de madre y militar se cruzan y funden. En el medio de una apacible marcha en la que un pequeño destacamento del ejército se dirige a relevar la guarnición en un fuerte, son atacados sorpresivamente por un grupo de indígenas. La lucha se traba en forma feroz y en ese asalto pierde la vida el cabo Ledesma, el hijo de Mama Carmen. La reacción inmediata de ella es la venganza: toma la vida del indio que le arrebató la de su vástago. Esa lucha cuerpo a cuerpo está descrita en el relato con rasgos épicos: “Se puede decir que indios y cristianos dejaron de luchar un momento, embargados por aquel espectáculo tremendo” (Gutiérrez 149). Luego de cortarle la cabeza al verdugo de Ángel, la tomó como trofeo y la acomodó en su caballo. Culminado ese enfrentamiento, de retorno en el campamento, sable en mano, la madre-sargento le hizo la guardia de honor a su hijo.
  Como podemos observar, entonces, esta mujer afroargentina está munida de una serie de valores: valiente, guerrera, diestra en la lucha, además de madre cuidadora y vengadora. En “Un regimiento espartano” estas características están reforzadas y asoman otras insinuadas ya: patriota, abnegada, estratégica, auxiliadora. En cierta circunstancia, Carmen Ledesma es el único sargento que queda para asumir las funciones de jefe, en un contexto en el que las fronteras en general están bastante desguarnecidas porque el grueso del ejército fue llamado a intervenir frente al levantamiento mitrista. La tropa que permanece en el campamento con Mama Carmen es básicamente un grupo de mujeres con poco armamento, compañeras de los milicos; entre ellas aparece otra afroargentina: “la mujer del Sargento Romero, una negra buena moza
, más grande que un rancho” (Gutiérrez 56) a cargo de la guardia de la pulpería. Junto a ellas, están también los soldados heridos que, incluso, requieren de sus cuidados y atenciones.
  En estas condiciones desfavorables, la sargento Ledesma despliega la treta del débil: “Aquella misma tarde mama Carmen vistió con uniforme de tropa a todas las mujeres que quedaron en el campamento, para que en un caso dado pudieran fingirse un piquete dejado de guarnición en él” (Gutiérrez 56). Este disfraz surte su efecto dado que los indios amigos, cercanos, que merodean no se acercan porque presumen que hay soldados (hombres) al cuidado.
  Sin embargo, con el correr de los días no se puede evitar el ataque, previendo un grupo reducido en el fuerte. Nuevamente aquí el relato ubica las acciones protagonizadas por Mama Carmen con ciertos rasgos épicos: ataque por sorpresa, despliegue estratégico de las tiradoras, persecución y toma de prisioneros. Toda la misión fue un rotundo éxito:

Cuando regresó la división del Coronel Lagos, halló los tres prisioneros, guardados por aquel cómico destacamento. No faltaba ni una hilacha en el campamento; todo se había salvado, gracias al valor y previsión de mama Carmen. (Gutiérrez 58)

  Hay algunos puntos de este relato a los que nos interesa volver. En primer término, entendemos que el travestismo aquí escenificado es estratégico y no desemboca en la masculinización de lo femenino, recurso generalmente utilizado por los letrados para estigmatizar y degradar a las mujeres de los sectores populares. En segundo término, el fragmento que acabamos de citar, con el que se cierra el texto, dice “cómico destacamento” y, en ello, va lo sostenido por Hernán Sosa (41) respecto de la mirada impiadosa y burlona que recae sobre los sectores populares. Pero, en la siguiente oración, se impone la heroicidad centrada, eso sí, en la silueta militar de la Sargento Primero Ledesma. Por lo que, otra vez, señalamos la dualidad en la representación de estos personajes, específicamente, las mujeres negras. En ambos casos mencionados en este párrafo, la heterodoxia literaria se operativiza.
  Esta mirada dual desde la que se escurre lo heterodoxo también es percibible en “Las tortas fritas”. En un sentido, Carmen es dadora, pródiga, nutricia: alimenta a toda la tropa en medio de la escasez. Frente a la ausencia de carne, en medio de un hambre generalizado, se sueña con comer “un bife con una docena de huevos” (Gutiérrez 42) pero el toque de la carneada es una ilusión. Las raciones de yerbas son inexistentes y solo se puede simular tomar mate: el Coronel Lagos, que parece disfrutar de un privilegio que lo separa de su tropa, chupa de la bombilla solo agua caliente y esto frustra más aun al narrador cuyas tripas aúllan de hambre. La escena salvífica la vuelve a dispensar Mama Carmen: amasa y cocina tortas fritas y con eso apacigua los estómagos.
  Este alimento no está al resguardo de las críticas: “¡Y allí se veían las tortas crudas, llenas de pelos de caballo, de costras de matadura, de pedazos de tabaco y pelos de frazada!” (Gutiérrez 43). Esa estampa produce asco y repulsión. La voz enunciadora ubica a la cocinera amasando sobre su carona, o sea sobre una tela que sirve para proteger al caballo de lastimaduras al ser ensillado y también se usa para recostarse y dormir en campo abierto. Esta imagen se reitera fugazmente en el relato “El baile monstruo”.
  El alimento y lo excrementicio, lo nutritivo y lo vomitivo, lo monstruoso y lo heroico vuelven a cruzarse en forma ambigua y dual en “Las tortas fritas”. La Sargento Ledesma atraviesa todo el arco, comparte los dos mundos; es la que mata el hambre y la que vacía el estómago.
  ¿Qué hilvana Mama Carmen en este desfile de siluetas? Algunas posiblesrespuestas a esta pregunta que podemos dar implican, por un lado, la manera en que sesuperponen en ella vida personal y vida en el ejército. Cada episodio que la cuenta comopersonaje, la ubica en una posición central en el plano de lo vital y emocional en lafrontera. En “El Sargento” el protagonista es un perro, negro, de la tropa que traba una relación de lealtad y amistad con el cabo Ledesma, porque este lo rescata y salva en un ataque de los indios cuando todos creen que ya ha muerto. Este vínculo también atañe a Carmen: cuando su hijo muere el Sargento (que así se llama el animal) queda tan afectado como ella; la visita diariamente como intentando reemplazar los cuidados de Ángel; se pasa gran parte del día sobre la tumba a la que aprendió a llegar siguiendo a la madre.
  La historia de Mama Carmen es un gran relato de pérdidas y soledades, paradigmático de la vida en la frontera. Pero en la que adquiere un lugar especial la mujer afroargentina desde la escritura de Gutiérrez ya que nos familiariza con ella desde su persistente presencia a lo largo del libro.

Cierre

  La obra de Eduardo Gutiérrez que hemos recorrido dibuja con fuerza las imágenes de los y las negras en la frontera y las dota de rasgos positivos. En el caso específico del personaje femenino afroargentino la Sargento Primero Carmen Ledesma, la ubica de algún modo en un nivel de equiparación al de los jefes blancos, cuestión de por sí revulsiva y, por tanto, heterodoxa. Esta construcción seproduce en un momento histórico en que ya no es necesario infundir patriotismo en las masas populares para sumarlas a las guerras. En el presente de la escritura, son los propios afroargentinos quienes están interviniendo en la escena pública para presentarse como ciudadanos de derechos, para denunciar la persistencia del racismo, para reclamar su condición de argentinos, patriotas, civilizados, constructores de la nación. Este discurso está inficionando de varias formas Croquis y siluetas militares.
  La producción periodístico-literaria negra, la emergencia de una serie literaria escrita por mujeres que interpela el binomio civilización-barbarie, la consagración de sujetos afrodescendientes como figuras históricas, la ambivalencia y la dualidad propias del género de literatura de frontera, los reclamos públicos y organizados de los afroargentinos por el cumplimiento del ideario republicano de igualdad durante la segunda mitad del siglo XIX generan en estos artículos de Gutiérrez condiciones de legibilidad. Es una suerte de alianza no intencionada ni programática pero no por eso suspende la potencia que conlleva la representación heterodoxa de los personajes afroargentinos en general y, sobre todo, de la mujer encarnada en Mama Carmen. Y esta heterodoxia se amplifica en la medida en que los letrados “blancos” refuerzan roles tradicionales y patriarcales sobre las mujeres y abordan el tópico de la negritud para cristalizar, con argumentos pseudo científicos, su inferioridad. Pensemos en la obra de José María Ramos Mejía, por ejemplo, en la que de manera reiterada apunta a los negros como los cómplices de todos los procesos dañinos y disolventes de la nación en La neurosis de los hombres célebres en la historia argentina (1878) o en Rosas y su tiempo (1907). O bien, recuperemos la novela de Lucio V. López, La gran aldea de 1882, y recordemos que en ella el personaje del negro Alejandro es el de un fiel sirviente que termina siendo responsable (junto a la sirvienta extranjera) de la tragedia que precipita el final de la obra.
   La visibilización que adquiere la negritud en Croquis y siluetas militares, y la representación que construye de la mujer negra, nos permiten leer la emergencia de la heterodoxia literaria en esa tensión entre recuperar el discurso histórico liberal para reclamar por un reconocimiento real. La condiciónde “héroe ignorado” que hemos analizado en las páginas precedentes construye esa representación heterodoxa en el marco de una dinámica relacional que se mueve en un plano de asimetrías: los conocidos, legitimados héroes blancos y los desconocidos y negados héroes negros. Abre, finalmente ladisputa por los sentidos: ¿quiénes son/fueron los héroes de la patria? Los sujetos marginales, fronterizos, duales (escoria y patriota) descentran la lógica opresora, racista, homogeneizadora del discurso oficial del estado-nación de finales de siglo XIX. Pero más revulsivo aún es una mujer negra que está en la vanguardia de ello.

Bibliografía

Notas